Con mucho bombo y platillo nos anunciaron en su momento la creación de la Ley de Economía Sostenible. Iba a ser la ley que posibilitara el cambio del modelo productivo español. Sin rubor ni empacho alguno se nos anunció que íbamos a sustituir una economía basada en el malvado ladrillo, por la innovación y las nuevas tecnologías. Cuando se hizo ese anuncio yo tengo que reconocerles que me alegré. Se nos presentó a la Ministra Garmendia, como la gran apuesta. Como la gran esperanza que llegaba por fin. Tan alta y tan estilizada ella. Con cara de ejecutiva eficaz y estilismo propio de la city londinense. Esa declaración de intenciones era un camino correcto. Sólo quedaba ver cómo se materializaba. Pero la ley, lejos de salir bajo palio, fue una demostración de falta de ideas absolutamente impresentable. En lugar de una ley completa, era una especie de compendio de intenciones, recetas absurdas e inconexas entre sí. Tengo que reconocerles que me la leí entera. Sí lo reconozco. Fui yo. Supongo que lo hice uno de esos días en los que me niego a tomarme la medicación. En su lugar cuando terminé tuve que tomarme una caja entera de gelocatiles para paliar la jaqueca producida por las sandeces allí vertidas, más propias del Jueves que del BOE.
La famosa ley yace en el fondo de un polvoriento cajón, tapada bajo manuales de cochecitos eléctricos y de utilización de aparatos de aire acondicionado. A la Ministra ni está ni se la espera. Tan desaparecida como siempre se entretiene ¡promocionando la cocina vasca! mientras espera la próxima remodelación para ser cesada al calor del movimiento de Celestino Corbacho. Pasará sin pena ni gloria por nuestra historia ministerial, como si de un ente del programa de Iker Jiménez se tratase. Volverá a su empresa de nuevas tecnologías para purgar su incapacidad en ponernos en el buen camino. La necesidad imperiosa de aplicar la gestión del conocimiento a nuestras empresas y de mejorar la productividad de nuestros negocios, tendrá que seguir esperando. Las nuevas tecnologías seguirán siendo cosa de los demás, mientras nosotros seguimos en el limbo unamoniano del que inventen otros. Lejos de cambiar el modelo productivo basado en el ladrillo, el gobierno ha centrado he invertido en él todas sus maniobras de reactivación de la economía. Lo que en mi pueblo se llama poner una vela a Dios y otra al diablo.
Dicho todo lo cual aunque la ley fuera una chapuza integral hay un elemento que sí sería conveniente rescatar del olvido. La declaración de intenciones. Porque es cierto que nuestra economía, basada únicamente en la construcción y los servicios es de las más volátiles e inseguras de toda la Unión Europea. En ello reside la razón por la cual en periodos expansivos somos los que más empleo creamos, pero en periodos restrictivos somos quienes más rápidamente lo destruimos. Y en la falta de aplicación de las nuevas tecnologías, la innovación y la gestión del conocimiento, reside el hecho innegable de que España sea uno de los países europeos en los que más horas se trabaja, mientras somos unos de los menos competitivos por nuestra ostensible falta de productividad. Esa es una de las grandes tareas pendientes que tendrán que acometer los próximos dirigentes de nuestra nación, puesto que los actuales parece que ya han demostrado que no tienen ni ideas, ni proyecto para materializar ese objetivo irrenunciable.
*César Román es el portavoz de la Asociación Profesional de Directores de Recursos Humanos.
La famosa ley yace en el fondo de un polvoriento cajón, tapada bajo manuales de cochecitos eléctricos y de utilización de aparatos de aire acondicionado. A la Ministra ni está ni se la espera. Tan desaparecida como siempre se entretiene ¡promocionando la cocina vasca! mientras espera la próxima remodelación para ser cesada al calor del movimiento de Celestino Corbacho. Pasará sin pena ni gloria por nuestra historia ministerial, como si de un ente del programa de Iker Jiménez se tratase. Volverá a su empresa de nuevas tecnologías para purgar su incapacidad en ponernos en el buen camino. La necesidad imperiosa de aplicar la gestión del conocimiento a nuestras empresas y de mejorar la productividad de nuestros negocios, tendrá que seguir esperando. Las nuevas tecnologías seguirán siendo cosa de los demás, mientras nosotros seguimos en el limbo unamoniano del que inventen otros. Lejos de cambiar el modelo productivo basado en el ladrillo, el gobierno ha centrado he invertido en él todas sus maniobras de reactivación de la economía. Lo que en mi pueblo se llama poner una vela a Dios y otra al diablo.
Dicho todo lo cual aunque la ley fuera una chapuza integral hay un elemento que sí sería conveniente rescatar del olvido. La declaración de intenciones. Porque es cierto que nuestra economía, basada únicamente en la construcción y los servicios es de las más volátiles e inseguras de toda la Unión Europea. En ello reside la razón por la cual en periodos expansivos somos los que más empleo creamos, pero en periodos restrictivos somos quienes más rápidamente lo destruimos. Y en la falta de aplicación de las nuevas tecnologías, la innovación y la gestión del conocimiento, reside el hecho innegable de que España sea uno de los países europeos en los que más horas se trabaja, mientras somos unos de los menos competitivos por nuestra ostensible falta de productividad. Esa es una de las grandes tareas pendientes que tendrán que acometer los próximos dirigentes de nuestra nación, puesto que los actuales parece que ya han demostrado que no tienen ni ideas, ni proyecto para materializar ese objetivo irrenunciable.
*César Román es el portavoz de la Asociación Profesional de Directores de Recursos Humanos.
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